Marcela Iglesias Mujica, psicóloga, se considera una mujer nómade, que ha gozado de vivir en diferentes países y culturas. Ha vivido en Brasil, Nepal, Egipto, India, Marruecos, España y ahora en Italia.
Esta ariqueña ha recorrido miles de kilómetros alrededor del mundo, yendo y viniendo, demostrando que hay diferentes maneras de tener una vida, ninguna mejor que la otra.
Prontamente Marcela publicará un libro que se titula “Libertad. Un viaje de regreso” que también tendrá la modalidad de podcast como los viejos radioteatros. “Pienso en mis amigas, especialmente en las mujeres, para que lo puedan escuchar mientras se mueven y hacen sus cosas y llevarlas de esta manera, a viajar conmigo y ver, oler, sentir y escuchar el mundo que me ha transformado”.
En ese transitar, la chilena revela a BBCL detalles de su fascinante viaje y su particular historia de amor, tras conocer a un veneciano con quien se casó hace dos años.
“Siempre me sentí nómade, por eso tampoco quise tener hijos, que era difícil opción en mi época. Pienso que en un principio en la tierra éramos nómades. Nos movíamos según las condiciones climáticas, en búsqueda de alimento, pero justamente lo de nómade se me acabó porque mi vida, mi nido, está ahora en Venecia, junto a mi amore”, agrega Marcela.
De esta manera, la compatriota explica la diferencia de elegir una vida itinerante. “Mientras haya amaneceres y atardeceres, siempre será el mismo sol. Por ejemplo, las montañas, no saben si son francesas o españolas, solo son montañas. Por más que pongamos banderas y nombres, la naturaleza prevalece. Mi nombre en italiano es Marcella, que quiere decir mar y cielo, y yo soy hija de eso”, reflexiona a la presente redacción.

“En Venecia me encuentro con las higueras, con el laurel en flor, con las mismas plantas que en las que crecí en Arica y ya me siento en casa”, complementa la psicóloga.
“Ahora, siempre al viajar tienes que adaptarte. Lo que tú conoces y das por hecho puede que no funcione en otro lugar. Por ejemplo, viviendo en Marruecos tuve que adaptarme a usar el hiyab para estar más cómoda”, afirma esta mujer de 50 años.
“Y eso es muy bonito porque la capacidad de adaptarse nos permite crecer, madurar y envejecer con más flexibilidad, por ejemplo, ahora la menopausia comienza a ser un nuevo cambio y ¡mamma mia como tengo que adaptarme!. Pero cuando estamos rígidos y pensamos que nuestra manera es la única, nos cuestan mucho más los cambios, entonces también es una capacidad psicoemocional que es importante desarrollar, hay que saber morir a cada etapa para renacer”, complementa la chilena, sobre las vivencias de encontrarse en el extranjero.
“La vida no para, no espera, no avisa”
Asimismo, la ariqueña cuenta que en 2022 vivía en Granada, la ciudad que pertenece a la comunidad autónoma de Andalucía, en el sur de España. Un lugar —afirma— que la hacía muy feliz, por su arte e historia andaluza. No obstante, una “causalidad” como ella dice le permitió conocer al que sería su esposo, Alessandro.
Según recuerda, estaba en la fiesta de un amigo cuando empezó a hablar un italiano “chapurreado”. En la instancia, le contó a un famoso guitarrista veneciano que le componer canciones y que hace una veintena de años había cantado en un coro de música étnica, a lo que el artista entendió que Marcela era una cantante de profesión.
Tras la conversación, ese mismo guitarrista la invitó a participar de una fiesta en el Vaporetto del Imaginario, un grande barco en el que se organizan eventos y esa noche ce celebraban dos cumpleaños bajo las estrellas, iluminado como una típica embarcación de Veneciana. Marcela aceptó ir, pero al llegar se dio cuenta que todos la esperaban con aplausos y ella no entendía a quién aplaudían, había un grupo de músicos que estaban ansiosos de escucharla cantar “el flamenco andaluz”. Cuando se dio cuenta que era ella la supuesta artista, avergonzada y “queriendo que me tragara la tierra”, tomó el micrófono y dijo en un susurro: “yo no soy cantante, soy psicóloga”, ante una estupefacta multitud que esperaba escuchar su voz.
A renglón seguido, Marcela, en un cruce de miradas, se encuentra con los ojos de Alessandro, con quien admite la conversación fluyó espontáneamente. “Estar con él, era como volver a casa. Estábamos los dos en la popa del Vaporetto y cuando él me invitó a andar en bicicleta al Lido al dia siguiente, -que es la isla de la Muestra del Cine- me lamenté porque tenía que regresar a Granada temprano. ¡Qué peccato! me respondió, para expresar su desilusión”.
“Esa noche caminamos juntos bajo las estrellas y la luna llena roja, que se ve solo una vez al año, la llaman “la luna cazadora”.
Al día siguiente, en el aeropuerto, Marcela no pudo abordar su avión debido a un retraso de 5 horas, tal como si hubiera una predisposición del destino para que ella se quedara por más tiempo en Venecia. “Entonces le escribí un mensaje a Alessandro y nos encontramos la tarde siguiente, en el Ponte dei Pugni, un emblemático puente donde hace siglos, los clanes venecianos de los dos barrios o “sestieres” se golpeaban con fiereza para competir”. “En vez de agarrarnos a golpes, nos agarramos de la mano y fuimos a pasear por Venecia”, agrega. “En esa semana ya nos empezamos a enamorar. Ya la semana siguiente, él me fue a dejar al aeropuerto. Nos despedimos con un beso, sabiendo que él iría a verme a Andalucía o yo volvería a Venecia”.
Sin embargo, la despedida fue por un breve tiempo porque “el avión voló media hora y hizo un birdstrike (impacto con aves), por lo que tuvo que devolverse al aeropuerto”. Alessandro que también es piloto aéreo, lo vio en su aplicación del teléfono y regresó a buscarla al aeropuerto antes que ella saliera del avión. Ya la estaba esperando. “No pude salir de Venecia. Me atrapó el amor, la luna cazadora me cazó”, develó Marcela a BioBioChile.
Respecto a vivir en la ciudad, la psicóloga cuenta a BBCL que la principal característica de Venecia es su arte. “Siempre estamos en la Bienal de Arte, de Arquitectura, de Música, Teatro, Danza o la Muestra de Cine, acá llega todo el arte del mundo. Aparte que Venecia en sí misma es puro arte. Es como un museo abierto y vivo”, detalla Marcela con emoción en sus palabras.
Por otra parte, la chilena es testigo de que actualmente es difícil encontrar alojamiento para los turistas debido al alto precio de los arriendos en la ciudad histórica que mínimo son $200.000 pesos chilenos la noche. Lo que provoca que los turistas se movilicen desde ciudades vecinas como Mestre y Marguera para pasear por pocas horas en Venecia.
Cabe mencionar que Venecia está en el centro de una laguna. Es más, una serie de cordones litorales le permite tener una barrera natural con el mar Adriático. De esta forma, la chilena sostiene que la humedad de la ciudad afecta de manera silenciosa. “Es como vivir dentro del agua, yo tengo que hacer yoga todos los días para desenroscarme del dolor de articulaciones por la humedad, que a veces es del 100%”, afirma Marcela.
Para terminar, Marcela confiesa que vivir en Venecia Isla, la Venecia de las góndolas, es especial, principalmente porque son cerca de 48.000 habitantes. “Es como un pueblo chico, infierno grande, ¡todo se sabe! En eso se parece a Arica, hay que tener cierta prudencia al hablar. Pero también es vivir la belleza de una isla pequeña, la vida de barrio, saludar a los vecinos cada mañana”.
Para Marcela, Chile continua en sus pensamientos y echa de menos aspectos que muchas veces cuestan describir. “Hay cosas que no se pueden explicar, como la sensación del olor de la tierra húmeda del sur o el desierto que se junta con el mar en Arica y el humor del chileno que es único”, concluye Marcela
FUENTE: BIOBIO CHILE





